Sabaidee Laos. Que emoción, por fin pisábamos Laos, parece que se nos resistía desde hace meses.
La primera vez que escuche el nombre de este país, tenía así como 10 años. No tengo ni idea porque tengo ese recuerdo tan claro. Estábamos en clase y el profesor comento que habían capturado a un «fugitivo» importante español en aquel país.
Por esos momentos no tenía ni idea quien era, ni que había echo, ni nada de nada, pero Laos se quedó grabado en mi mente. Empecé a imaginar como sería aquel lugar, lo imaginé con playa.
Mi cabeza de niña, pensó que si alguien quería escaparse por el motivo que fuera se iría a un sitio costero, una playa desértica donde nadie pudiese encontrarlo.
Veintiún años más tarde aquí estaba, cruzando la frontera terrestre entre Tailandia y Laos, cruzando uno de los puentes de la amistad que unen estas dos tierras, tan cercanas y tan diferentes a la vez.
Había leído mucho sobre el país, quizá demasiado. No me gusta cuando llego a un lugar con grandes expectativas, porque suelo desilusionarme. A veces siento que soy rara, cuando llego a una ciudad de la que he leído cientos de cosas buenas acaba por no gustarme. Por el contrario, cuando llego sin expectativas me enamoro de ciudades sin chicha, pero que a mi, me encantan.
Sobre Laos había leído de todo, tanto bueno como malo por lo tanto no sabía que esperarme y eso como mínimo me tenía totalmente intrigada y emocionada.
En la puerta de entrada al país nos esperaba un funcionario con cara de pocos amigos. Decidí no tenerlo en cuenta, quizás tuviera un mal día, o no le gustaba su trabajo pensé. Realmente, su carácter me daba un poco igual, yo solo quería que me sellará pronto, e irme a recorrer la tierra del millón de elefantes.
Ya con un nuevo sello en el pasaporte, por fin podríamos pisar tierras Laosianas. A la salida nos esperaban varios tuks tuks para llevarnos a la ciudad. Estos, ya estaban más contentos.
Nos pidieron 25000 kips o 100 baht, al cambio dos euros y medio, no sé si nos estaban timando o no, pero no teníamos muchas más opciones para poder llegar a Huat Xay la ciudad donde haríamos noche.
Al alejarnos de la frontera, donde la carretera era una autovía bastante nueva, nos desviamos por una estrecha carretera local cruzando un puente de hierro y madera. Empiezo de nuevo, un puente de madera con algo de hierro.
Por el camino, la furgoneta que nos llevaba, paraba para dejar cruzar una docena de vacas. Cuanto más nos acercábamos al pueblo, aparecía más niños en sus bicicletas saliendo del colegio. No es que Hat Xai sea la última maravilla sobre la faz de tierra, pero me hacia sentir que ya estaba en un nuevo país, y eso para mí, al menos durante el rato que dura el sentimiento es el autentico paraíso.
Cinco kilómetros más tarde, paramos en una calle, paralela al Mekong. A cada orilla teníamos pequeños restaurantes de comida local y extranjera, donde la estrella de la carta eran las baguettes y los croissant, herencia de la ocupación francesa durante años.
Cada dos o tres locales un pequeño hostal o guest house. Encontrar alojamiento fue fácil, barato y rápido.
Ya lo teníamos todo echo. Habíamos llegado a Laos. Saber que la única obligación que nos quedaba por cumplir en lo que restaba de día, era sentarnos a ver el atardecer a la orilla del río, mientras probábamos por primera vez dos Beer Laos bien frías nos tenían contentos…
A la mañana siguiente, salimos a buscar el pequeño embarcadero desde donde saldrían las barcas en dirección a nuestro siguiente destino. La idea inicial, era llegar a la ciudad de Luang Prabang, recorriendo el rio Mekong durante dos días, haciendo noche en un pueblo intermedio.
¿Suena romántico verdad? A mí también me lo parecía hasta que al llegar allí, dejó de padecerlo y cambiamos de planes. Podría decir lo contrario, pero te seré sincera, cambiamos a un plan más rápido, más practico y además más barato.
Realmente, si queríamos conocer el verdadero Laos, abría que meterse hasta el fondo en Laos. Y eso hicimos. Nos metimos hasta el fondo de un autobús local, que une los 500 km que separan Hat Xai de Luang Prabang durante 13 horas de camino.
Sobre el viaje puedo decir que el autobús es incomodo, la carretera está llena de baches y el conductor, las paradas repentinas y las personas con las que compartimos transporte eran totalmente peculiares, además algunas de ellas, nos miraban mucho.
A cambio, obtuvimos un viaje de montaña, donde cruzamos pequeñas aldeas de 4 o 5 casas de madera, todas en alto apoyadas en 6 u 8 vigas también de madera. Pude imaginar desde mi ventana como viven las familias Laosianas de los lugares más rurales, parece ser que aquí, todos se reúnen al fuego cada noche, supongo que para hablar de sus cosas, de como les fue al día, como todos hacemos al llegar a casa…
Las primeras 24 horas quizás no habían dado para mucho. Y aunque los baches en la carretera y el asiento incomodo del bus no me dejaron dormir mucho en todo el trayecto, me sentía feliz. Por delante me esperaban 20 días para descubrir, un país que recuerdo desde hace mucho, y que todavía no sabía muy bien porqué…
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